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¿Hay un pacto militar-guerrillero?

por Armando Lechín - Publicación ´El Penalista´

La guerra revolucionaria (guerra sucia) ha terminado definitivamente hace ya mucho tiempo, se vive la época de los negocios, hoy comparten el gobierno, los unos, los otros y los de los dos bandos. Pero - siempre hay un pero - se pagó un precio. Génesis del pacto, protagonistas y quiénes pagarán los platos rotos. Una historia de felonías y traiciones.

 

Esta nota podría titularse como está, o ¿Quién es Kirchner?.

Para bien o para mal, Kirchner, sin hacer ruido, o haciéndolo en otro lado, solucionó el "problema militar" a su manera y de un solo tajo.

El pacto se hizo sin preguntarle a sus protagonistas: lo impuso...

Si se quiere, y a modo de identificar a sus implementadores, la mesa chica es integrada - además del presidente Kirchner - por el Teniente General Bendini, y por el secretario de derechos humanos de la Nación, Dr. Eduardo Luis Duhalde (el Duhalde ´bueno´ como lo identifican irónicamente algunos izquierdistas).

La maniobra consiste en eliminar el problema político que significan los organismos de derechos humanos como grupo de presión, concediéndoles su principal reivindicación - de modo casi simbólico - la famosa bandera: "juicio y castigo a los culpables".

Los militares aportarían la materia prima del objeto del pacto: sus hombres más emblemáticos.

La justicia federal, dócil y prevaricante deberá hacer el resto.

Los planes se están ejecutando tal como fue previsto y la pregunta que fluye sola es esta: ¿porqué ahora el plan les sale bien, siendo que antes, haciendo lo mismo, hubo rebeliones en contra de Alfonsín y Menem?

Para responder bien a ese interrogante, es preciso hacer una correcta lectura de la situación. Veremos que es sorprendentemente distinta la realidad anterior con la actual.

En aquél momento las fuerzas armadas era organismos militares; hoy son depósitos de aduanas, repartidores de alimentos - en Córdoba, cocinarán en las escuelas - o sea, el objeto de sus ocupaciones dista de lo que nos imaginamos como sus tareas propias.

Sus ocupaciones comerciales son rentadas, por lo que la diferencia entre un cuartel y un shopping es meramente de carácter estético: la era de los negocios.

En aquél momento tenían tropas de soldados con instrucción militar hoy tienen pasantes llamados "voluntarios".

En la época de las rebeliones - los carapintadas - eran conducidos por líderes carismáticos con fama de guerreros y que se encontraban en actividad.

El grueso de los amotinados eran militares setentistas que defendían sus propios intereses, hoy los setentistas se encuentran casi todos retirados.

Otro de los factores, quizás el más importante, es el tiempo.

El paso del tiempo causa efectos sobre la memoria, sobre el cuerpo y sobre el espíritu.

Sobre la memoria, relativiza los hechos, los deforma.

Sobre el cuerpo, lo vuelve decrépito.

Sobre el espíritu, lo hace trocar de temerario a temeroso.

Otro factor de importancia que hizo posible este pacto sin siquiera escuchar un grito, es el número.

La izquierda - Eduardo Luis Duhalde y compañía - que dio la letra y el marco para encauzar los acontecimientos, encontró el punto clave para hacer posible la maniobra: la cantidad de militares y civiles que debían ser detenidos en la nueva redada llevada a los hechos.

No debían ser tan pocos, para que no diera la sensación de continuar en el estado de impunidad, y no debían ser tantos que los forzara a retomar el espíritu de cuerpo y de ese modo correr el riesgo de conflicto.

Tampoco se debía perseguir en ningún caso a personal en actividad, algo bastante improbable pero posible, y así se hizo.

Como el pacto fue impuesto verticalmente y no por medio de negociaciones sino de concesiones predeterminadas, estamos en presencia de otro factor novedoso que no se había intentado en la época de Alfonsín, y que hizo posible que hasta pasara desapercibido.

En este punto es necesario detenerse.

Hay dos elementos que Kirchner tuvo en cuenta al momento de implementar las pautas de ejecución de los hechos: el primero, no hacerlo por medio del diálogo sino de la imposición.

El acierto consiste en que partió del supuesto evidente del momento de debilidad que padecen las fuerzas armadas como grupo de presión política y de su formación vertical, más propensa a recibir órdenes que a que se los llame a deliberaciones para decidir una cuestión trascendente en la vida política del país.

El segundo, consiste en que Kirchner no tiene deudas de sangre con las fuerzas armadas, como si las tenía Alfonsín.

Una de las hijas de Alfonsín era guerrillera buscada por los militares, salvó su vida escondida en la casa de Horacio Jaunarena, quién después fue ministro de defensa de Alfonsín, de De la Rúa y de Duhalde.

Intercedió para lograr salvoconducto para que salga del país, el general Albano Harguindeguy, amigo personal de Alfonsín y ex ministro del interior de Videla.

Es por eso que Alfonsín tuvo siempre una relación pendular con esta cuestión a lo largo de su gobierno.

Todos estos factores, juntos y bien dosificados, concurrieron para que el acuerdo tácito funcionara sin necesidad de ningún acto formal que le diera vida.

La participación de los militares en este pacto es la de aceptación de su cláusulas a libro cerrado, asentir sin leer la letra chica, cuál si fuera un contrato de adhesión.

Pero hay dudas, ¿qué pasa si la izquierda gubernamental interpretara que se debe continuar con las detenciones de militares y le agregan cantidad a los aproximadamente doscientos de la actualidad?

Los militares interpretan que su pasividad frente a las detenciones actuales es por el total del precio, o sea, se pagó al contado, pero hay loquitos en algunos organismo de derechos humanos que presionan a Eduardo Luis para que vaya por más, y, qué de una vez por todas se complete el staff, si total los jueces y fiscales federales firman lo que les mandan y está pronto a que la Corte Nacional declare la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final, una vez que termine de completarse su nueva conformación.

Este es un riesgo que posiblemente el gobierno no quiera correr, es imposible tener mil condenados - a largas condenas - en los cuarteles sin que ello no genere algún tipo de conflicto e inestabilidad política.

Para llegar a esta situación, Kirchner amenazó a los militares con dos cucos: las ex-tradiciones y la pérdida del estado militar (con destitución, degradación, pérdida del derecho de percibir retiros y pensiones, y del derecho a ser detenidos en unidades militares).

Pero el pacto está en marcha, los detenidos existen, el silencio de los jerarcas de las fuerzas armadas es cada día más ruidoso.

Una cosa es concebir el plan y otra muy distinta que funcione.

Así presentado como está, antes de verlo implementado en la práctica, sin duda alguna, que hubiera opinado que no era viable, pero el plan funciona y a la perfección.

Entonces es preciso indagar qué es lo que se nos escapa en el análisis y que los operadores de la izquierda vieron con precisión absoluta: la humanidad y la pertenencia de clase de los perseguidos.

Es común que los militares y los izquierdistas se supongan unos a otros como de naturaleza distinta y - obviamente - que se supongan superiores los unos sobre los otros recíprocamente. Pamplinas.

La naturaleza humana es única y universal, al menos en el corte medio.

También comparten los mismos valores culturales, porque ambos grupos integran ese gran conglomerado de lo que queda de la clase media argentina.

Dicho lenguaje zurdo setentista los dos grupos son pequeños burgueses.

Su ubicación social es aluvional y satelital a las clases altas, ya que ambos les prestan servicios, aunque de distinta naturaleza.

Los valores básicos de la clase media argentina giran alrededor del culto a la familia, la moralidad religiosa cristiana, al acceso a la vivienda y al confort por medio del trabajo, la seguridad social concebida como la necesidad de contar con un retiro, jubilación o pensión en la vejez y la obra social o la prepaga médica.

Además de éstos valores básicos comunes, los militares comparten entre sí un valor de naturaleza casi sagrada y de difícil comprensión de parte de los civiles: el estado militar.

El estado militar hace que éstos sean tales aún cuando se encuentren en situación de retiro.

Es por ello que habrán visto por allí que hay militares que son arrestados, por ejemplo, por haber hecho una crítica a algún mando militar, se presentan, cumplen arresto y se registra el incidente en su foja de servicios.

Para el militar, la pérdida de dicho estado implica la pérdida de su propia identidad y la expulsión de su grupo de pertenencia de casi toda su vida, pero tiene implicancias que van más allá de lo meramente espiritual y psicológico significa también un destierro y conlleva la pena de confiscación.

La pérdida del estado militar significa dejar de ser y dejar de tener: una destrucción total y permanente.

Es por ello que aceptaron su suerte y marcharon voluntariamente, abrieron los cerrojos de sus rejas y se pusieron a esperar que el paso del tiempo y el azar hagan el resto.

Así como para un civil nada hay peor que el peligro de ir a la cárcel - Yabrán se suicidó frente a la mera posibilidad de ser detenido -, para un militar la sola amenaza de dejar de serlo lo doblega hasta su sumisión.

Eso es lo que sabían los izquierdistas que conspiraron en este embate: encontraron la cicuta tan temida por su enemigo.

Pero el factor humano no se agota en esos temores, ya que nada hay más humano que el comportamiento imprevisible.

Ocurre que hay humanos que son más humanos que otros: las mujeres.

Con la perspectiva práctica con que entienden a la realidad, advirtieron de inmediato y con precisión que frente al desastre de la prisión, hay otros desastres peores, como perder todo lo que se logró en toda una vida de sacrificios.

Paradójicamente, el patíbulo era su mejor opción. Pero también anticipé hablar de algunas felonías.

La felonía de los jerarcas militares comienza por cargar sobre unos pocos la responsabilidad que históricamente le corresponde a la institución; en su defensa se podrá alegar que frente al hombre soldado y la institución, se debe preservar a esta última y sacrificar a los primeros: no deja de ser razonable y atendible.

Otra de las felonías consiste en haber permitido que no se hayan guardado siquiera las formas de la acusación; ver nota de tapa de ´EL PENALISTA´ Nº 26. El fin justifica los medios. Al enemigo, ni justicia.

Pero lo más penoso es que ni siquiera les permiten a los detenidos que se defiendan.

Verticalmente se ordenó que sean los asesores letrados oficiales de la justicia federal quienes asuman su defensas en los procesos, sin permitir que los acusados tengan ingerencia alguna en el entramado táctico del proceso, ni mucho menos en el estratégico que es la sustancia y la finalidad del pacto.

Este pacto es viable en la medida en que no haya ni un solo detenido más.

Para que todo eso sea posible crearon en los militares en actividad la idea de que este problema es algo ajeno a ellos y ajeno también a la misma institución, de tal ajenidad que es una carga que deberán sobrellevar del mejor modo posible.

Crearon la imagen que los detenidos en unidades militares son una expresión marginal de las fuerzas armadas, que la realidad cuartelera pasa por ir a dirigir bien el tránsito en Chipre, o en sacar a punto la sopa en algún comedor de ancianos.

La guerra es para los delincuentes y para los delincuentes está el Código Penal.

Ese es el contexto ahistórico que hace posible esta parodia, compuesta de procesos secretos, con acusaciones inexistentes, con impedimentos defensivos explícitos, con detenidos azorados por la traición en bloque de la que son objeto, por la sospecha y el descrédito creado en sus camaradas en actividad, por el temor que este infierno de incertidumbres sea sólo el preludio de lapidaciones futuras desconocidas y en suma, un proceso penal sin reglas, sin acusación concreta y con la amenaza de penas talionales y ocultas.

Nada de esto sería posible sin el asentimiento al menos tácito de la jerarquía militar.

Es por ello evidente que el límite del castigo y de las personas de los castigados está establecido de antemano contando desde el vamos con la complicidad de la estructura de la justicia federal, hábil para comprender cómo y cuándo el poder cambió de manos.

Resta analizar el pacto en el contexto más amplio que el de la guerrilla de escritorio - secretaría de derechos humanos de la Nación, organismos de derechos humanos, intelectuales de izquierda y ex combatientes - y los mandos militares.

El pacto y sus vicisitudes, como hecho político está sujeto a la relación de fuerzas entre sus actores.

Nada hay más dinámico que dicha relación de fuerzas, sujeta muchas veces a factores imprevistos.

No se avizora ningún movimiento en el sector militar, ni en el activo ni entre los retirados, cunde entre ellos el desasosiego y la dispersión.

El único peligro que corre el pacto viene desde la izquierda, quienes envalentonados por los resultados obtenidos, presionan por más detenidos y por la aceleración de los procesos, quieren que éstos se muevan y que avancen hasta lograr severas condenas.

En el gobierno creen que la condena debe ser el mismo encierro por tiempo indeterminado y con procesos lentos o paralizados.

La izquierda quiere avanzar rápido hacia las condenas por tres motivos: por el ánimo de venganza, para justificar el negocio de los subsidios que reciben sus fundaciones y por el fortalecimiento político que un resultado tal les traería en su favor.

Mientras tanto la jerarquía militar camina en puntas de pies, con la peregrina esperanza que toda esta enormidad pase tan desapercibida como hasta ahora, ocupada en sus negocios, fingiendo que todo está tan bien como siempre, con la casa en orden y haciéndose creer que los detenidos son boy scouts que temporariamente hacen campamento en los cuarteles.

La sociedad, que entiende a todo esto como un enfrentamiento entre aparatos, finge también ser ajena a lo que ocurre, sin detenerse a ver que para que se cumpla un pacto político se subvirtió el orden jurídico en su conjunto.

por Armando Lechín

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