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Singularmente, casi ignoradas por los medios de prensa

Miércoles 30 de junio de 2004

Quiero agradecer a los organizadores de este acto que me han invitado a hacer uso de la palabra.

Hoy, 28 de junio, estamos conmemorando treinta años de la desaparición del Presidente Perón y tiene una enorme significación que un dirigente, que no compartió ni comparte las ideas del ex Presidente muerto, deje constancia de su respeto hacia su persona.

Esta invitación es un testimonio de civilización política que deberíamos practicar y difundir más a menudo en la Argentina.

Cada uno tiene un recuerdo personal sobre el Presidente Perón, porque su nombre y sus ideas marcaron para siempre las últimas seis décadas de la vida nacional.

Son como las herencias de alguien que tuvo el privilegio de una vida muy larga : jefe militar, conductor político, fundador de un poderoso movimiento político o reformador social.

Yo quiero dejar constancia de mi reconocimiento por su esfuerzo, en la última etapa de su vida, en alcanzar la reconciliación de los argentinos, noble empeño que no pudo concretar.

Pero esta idea de la concordia siguió avanzando y este acto es una prueba del éxito de ésa, su última misión.

La historia argentina tiene varios ejemplos admirables de aquellos grandes líderes que propusieron abandonar las recriminaciones del pasado y construir juntos el futuro.

A veces se olvida que fue Urquiza, junto a los llamados gobernadores de Rosas, los que suscribieron el Acuerdo de San Nicolás de los que salió la convocatoria a la Asamblea Constituyente de Santa Fe y la organización nacional.

La historia de la generación del 80 es una sucesión de ejemplos de aquellos que decidieron olvidar los enfrentamientos del presente y del pasado.

Quiero recordar, principalmente, a Arturo Frondizi, cuando en su discurso inaugural del 1ro de mayo de 1958 llamó a bajar una cortina sobre el pasado y mirar hacia delante.

Cuando en 1973 Perón regresó definitivamente a la Argentina produjo no uno, sino una sucesión de mensajes y actitudes, cuyo objetivo explícito fue cerrar las heridas abiertas por la lucha política del pasado.

Siempre recordamos la famosa expresión de Ricardo Balbín del 4 de julio de 1974 : "este viejo adversario despide a un amigo".

Pero esta frase no es el principio sino el final de un enorme esfuerzo de reconciliación que ambos hicieron y al que contribuyeron el resto de los partidos políticos argentinos.

El 21 de junio de 1973 – un día después de su arribo - Perón produjo un extraordinario discurso. "Llego casi desencarnado" se escuchó decirle a los millones de argentinos esperanzados que escuchamos aquel día su mensaje.

En una de sus frases, de una terrible actualidad, expresó: "Cada argentino, piense como piense y sienta como sienta, tiene el inalienable derecho a vivir en seguridad y pacíficamente y el gobierno tiene la insoslayable obligación de asegurarlo".

El 13 de noviembre del mismo año, ya Presidente, frente a la totalidad de los dirigentes políticos expresó : "Necesitamos una democracia integral, donde no seamos enemigos sino hombres y mujeres que piensan de una manera y hombres y mujeres que piensan de otra".

"Todos somos dueños del país, tanto la mayoría como la minoría, porque esos conceptos son siempre circunstanciales; un día estarán unos, otro día estarán otros".

Por último, quiero recordar su mensaje presidencial frente a la Asamblea Nacional del 1ro de mayo de 1974 en el cual desarrolló lo que llamó un modelo argentino para el proyecto nacional.

Este mensaje contiene una significativa expresión en la que actualizó su pensamiento político cuando dijo : "Ha comenzado el tiempo en que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino".

Cerró aquel discurso mostrando un camino de convivencia que, en mi opinión, todavía no hemos recorrido: "Esclarezcamos nuestras discrepancias y no transportemos al diálogo social institucionalizado nuestras propias confusiones. Limpiemos por dentro nuestras ideas, primero, para construir el diálogo social después".

Sostengo hoy, treinta años después de aquellos hechos, que el espíritu de esos acuerdos básicos – lo que Ricardo Balbín llamó "conjugar los verbos comunes de la comprensión" - sobrevivió a la locura desatada de los años siguientes y fueron como los pactos preexistentes que hicieron posible el renacimiento de la concordia para la democracia recuperada en 1983.

Sobreviven como un mandato aunque su vigencia, hoy, vacila.

En efecto, frente a las dificultades del presente, no hay tarea más honrosa que la de restaurar el mandato constitucional de asegurar la paz interior.

Y para decirlo con el escudo de la Asamblea del Año XIII, "en unión y libertad".

Quisiera terminar estas palabras con una pregunta; ¿para qué sirven estos acuerdos sino para construir el futuro? Ahora, más a fondo, me pregunto : ¿cuáles son estos acuerdos básicos?

Propongo que pensemos juntos algunas ideas.

Les dejo las mías, sin ninguna especulación política ni personal.

En primer lugar, tenemos que mantener abierto, bajo cualquier circunstancia, un canal de diálogo y convivencia civilizada entre todos nosotros.

No se puede renunciar a la tolerancia y al trato cortés de las democracias modernas, en ellas se convive, se coopera, se dialoga y se es tolerante con los adversarios.

Ese es el clima que hay que recrear en la República para poder afrontar los desafíos, que son inmensos, pero las oportunidades también lo son. Sólo podremos hacerlo en un clima de unidad nacional.

Tenemos que reconquistar para la Argentina la cultura del trabajo de nuestros abuelos inmigrantes.

Tenemos que compartir el principio de que para distribuir mejor tenemos que producir más, porque hoy la demagogia y el populismo como todos saben, se acaba, tiene fin.

Tenemos que recuperar al cincuenta por ciento de nuestros hermanos hundidos en la pobreza y más del veinte por ciento en la indigencia.

Porque como dijo Albert Camus, por debajo de las seiscientas calorías no hay dignidad.

Propongo sacar estos compromisos de la lucha agonal diaria y asumirlos, como una categoría no negociable, entre todos los dirigentes.

Señores :

Me siento honrado y cómodo en este homenaje.

Honrado por la distinción de haber sido invitado y elegido como uno de los oradores.

Cómodo, porque tal como lo pienso desde siempre, los adversarios no son mis enemigos.

La vieja y terrible antinomia peronismo-antiperonismo es un tema para los historiadores y no para los que debemos enfrentar juntos los desafíos del porvenir.

No quiero que seamos recordados como aquellos de quienes se diga, como en otras épocas de la historia, que nada aprendieron y nada olvidaron.

Quiero cerrar estas palabras bajo la advocación de todos los ilustres muertos que hemos recordado, a fin de que podamos reestablecer la confianza del pueblo argentino en sus dirigentes, recuperar el bienestar general hoy perdido y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y nuestra posteridad.

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2 – Notas de opinión - La Nación - 28 de junio de 2004

"LA HORA DE LA RECONCILIACIÓN"

 

por Miguel M. Padilla

La inmensa mayoría de la sociedad argentina anhela fervientemente dar por clausurado el trágico capítulo de los enfrentamientos ocurridos durante la guerra desatada entre las Fuerzas Armadas y los elementos de organizaciones subversivas, desde la década iniciada en 1960.

A ello solamente se opondrían, pienso, algunos minúsculos grupos y, tal vez, ciertas figuras en cargos de importancia en el actual gobierno y su mismo titular, quien, sin embargo, pareció aceptar la iniciativa de varios legisladores, en noviembre de 2003, destinada a perdonar numerosos actos delictivos –excepto el homicidio– cometidos en los meses anteriores.

Desde hace bastante tiempo, muchas y calificadas voces se han pronunciado en ese sentido, tanto en órganos periodísticos, como La Nación, en reiterados editoriales, y su colega La Prensa y diversas personalidades del mundo académico. Cito, en este sentido, a Pedro Frías, presidente de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales cordobesa, a intelectuales de la talla de Santiago Kovadloff y Félix Luna, al presidente de la Corporación de Abogados Católicos, a legisladores como Jorge R. Vanossi y René Balestra e incluso a la diputada nacional Hilda González de Duhalde, cuya opinión citaré más adelante.

Y hace unas semanas, el 15 de mayo último, la Conferencia Episcopal Argentina difundió un documento en el cual propone, como objetivo fundamental, "hacer posible la reconciliación de nuestra sociedad, herida por la división y el desencuentro, dejando atrás las heridas del pasado, incluso las de los años setenta, y así reconstruir la solidaridad de la sociedad".

Tampoco deben echarse en saco roto las decisiones adoptadas en países hermanos de América latina y en naciones europeas que han atravesado por situaciones similares y todavía más graves.

En agosto de 2003, los presidentes de Chile y de Brasil se pronunciaron en contra de revisar el pasado y, eventualmente, de derogar las leyes de amnistía sancionadas años antes. Uruguay siguió igual camino y su ley 15.848 fue aprobada por un referéndum, en 1989.

España, que sufrió la terrible experiencia de una larga y cruel guerra civil, sancionó el 15 de octubre de 1977 la ley 46/77, por la que quedaban bajo los efectos de la amnistía "todos los actos de intencionalidad política tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al día 15 de septiembre de 1976",

Sudáfrica arbitró, asimismo, los medios para evitar castigos por los graves hechos cometidos por fuerzas policiales durante la vigencia del apartheid. Los países integrantes de la ex Unión Soviética cerraron la posibilidad de revisar o revolver su pasado, a pesar de los millones de víctimas de las dictaduras comunistas.

Durante nuestra historia fueron sancionadas veintisiete leyes de amnistía, aunque algunas estuvieron sesgadas de parcialidad. Entre ellas se incluye la desmesurada amplitud de la ley dictada el 25 de mayo de 1973.

Por consiguiente, no debe demorarse por más tiempo la sanción parlamentaria de una ley de amnistía, que podría contener las siguientes disposiciones:

"Artículo 1°: Amnistíase en forma amplia y general a todos aquellos que hubieren sido imputados o procesados por delitos militares, políticos y comunes conexos con aquellos, cometidos desde el 1° de enero de 1960 hasta la fecha y, en particular, desde el 24 de marzo de 1976.

 

"Artículo 2°: En razón de la amnistía concedida en el artículo primero, nadie podrá ser interrogado, investigado, citado a comparecer ante autoridades administrativas o judiciales en cualquier calidad o molestado de manera alguna por sospechas o imputaciones de haber cometido uno o más delitos de los comprendidos en la presente ley.

 

"Artículo 3°: Deróganse todas las disposiciones legales o reglamentarias que se opongan al cumplimiento de la presente ley".

 

¿Qué posibilidades de ser considerado y aprobado tendría un proyecto similar?

En cuanto al justicialismo, y como adelanté, la diputada nacional Hilda González de Duhalde expresó, el 15 de agosto de 2003: "Es preciso que se cierren definitivamente las heridas de hace 30 años, durante la dictadura" (declaraciones publicadas en LA NACION del día siguiente)".

Siendo, como es, que su consorte puede influir sobre un apreciable número de diputados nacionales, no sería descabellado anticipar, quizá con algunas dificultades, un apoyo al proyecto.

Y, sin duda, el bloque radical tendrá en cuenta que al debatirse, en 1986 y 1987, los proyectos luego convertidos en las leyes de punto final y de obediencia debida –presentados por el ex presidente Alfonsín– quienes los informaron, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, destacaron la necesidad de una reconciliación que permitiera a nuestro país seguir un rumbo positivo, enterrando los odios y los rencores.

Hago votos para que así suceda.

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Así lo consideró el subsecretario general de la Presidencia, Carlos Kunkel. "No tengo elementos para decir eso. Nadie contrata un sicario que vive frente a la casa del muerto. Me parece un poco raro", manifestó

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"EQUIVOCADOS"

En las últimas 48 horas, dos de los más entonados voceros presidenciales, ambos de apellido Fernández, se metieron de lleno en la polémica que recorre el país y tiene a los piqueteros como protagonistas excluyentes.

El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quebró una lanza a favor de Luis D'Elía, diciendo que el citado dirigente no sólo no participó de la toma de la comisaría de la Boca, sino que "concurrió para tranquilizar a los vecinos". Por su parte, el ministro del interior, Aníbal Fernández, sostuvo ayer en nuestra ciudad que el fenómeno piquetero ha desaparecido.

Alguien, evidentemente, está mirando otro canal o no vive en la Argentina: quizá los equivocados seamos nosotros. Si los equivocados fuesen los dos funcionarios mencionados, nos encontraríamos en serios problemas.

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